Artículo cedido por
Enrique Fernández RomeroElena Romero nace en Madrid en 1907 en el seno de una familia de la clase media de la época. Su padre, Evaristo Romero, es diputado y periodista de gran prestigio, redactor y, durante un tiempo, subdirector del ABC. La familia vive en una colonia de chalés de la Prosperidad, una de las zonas más pudientes del Madrid de aquel tiempo. Numerosos miembros del cuerpo diplomático acreditado en Madrid viven en dicha colonia, lo que permite a Elena aprender desde su más tierna infancia francés y alemán como lenguas maternas; más adelante llegará a dominar también el catalán, el italiano, el inglés y el ruso. La educación normal en una familia acomodada de entonces incluía la música, aprendiendo las niñas, en particular, piano. En consecuencia, tanto Elena como su hermana mayor Rosario hacen su carrera de piano. Pero Elena descubre en la música una pasión que ya nunca la abandonará, revelándose como niña prodigio. Su primer concierto del que se hacen eco las críticas lo da en el Círculo de Bellas Artes de Madrid bajo el padrinazgo de la embajada de Alemania, a la edad de 12 años. El Almirante Aznar, que posteriormente sería uno de los últimos presidentes del Consejo de Ministros de la Monarquía, se convierte en su patrocinador, organizándole numerosos conciertos en varias ciudades españolas.
Pero en los aledaños de la colonia rica de la Prosperidad viven en condiciones de miseria los pobres. Elena descubre un buen día, aún niña, las desigualdades sociales: aquellos chiquillos hambrientos y desharrapados se congregan ante su casa y la apedrean. Esta imagen brutal de un paraíso perdido tampoco la abandonará ya nunca.
Elena se marcha a Barcelona, con el objetivo de perfeccionarse con Marshall, cuya Academia es de las más prestigiosas de la época. En Barcelona no sólo aprenderá catalán con gran rapidez, sino que se enraizará en ella para siempre un gran amor por Cataluña. [Aún recuerdo que un día, en Madrid, cuando yo era niño, se puso a hablar con el acomodador de un cine en la lengua prohibida que era el catalán, y a ambos se les saltaron las lágrimas.]
En el momento del levantamiento militar, Elena está en Valencia, donde va a dar un concierto en la radio. Un grupo armado de falangistas toma el edificio de la radio y hay una refriega. Inquieta por sus padres, Elena regresa a Madrid.
Durante aquellos años, Elena se ve enfrentada a una serie de pruebas dolorosas, de las que en realidad nunca se sobrepondrá. La muerte por bronconeumonía de su hija a los tres meses de edad, víctima de la situación catastrófica en que se encuentra la medicina en España, la sume en una gran tristeza. Tras un par de abortos morirá también su segunda hija apenas nacida, por incompatibilidad de Rh, que impedirá que puedan sobrevivir sus hijas hembras. Elena cae enferma y apenas se levanta. Los médicos le diagnostican tuberculosis y le recomiendan que se vaya a un clima más próximo de la montaña.
En 1944 se instalan en Madrid y se abre un nuevo capítulo, quedando el pasado enterrado en la memoria. Hay que empezar una nueva vida. Elena se consagra a los estudios de composición, con Joaquín Turina, primero, y con Julio Gómez, después, a causa de la enfermedad avanzada del maestro. Al morir, Elena le dedicará su sentido Canto a Turina, una de sus obras más hermosas.
Con una escritura impresionista inspirada en Ravel y Débussy, Elena compone una música nacionalista, siguiendo a su manera a Falla, a quien había tenido ocasión de encontrar brevemente antes de la guerra. Pone música a poemas del Cancionero de M. Machado y de Juan Ramón Jiménez y compone obras de creciente complejidad sinfónica, como la Balada de Castilla, De noche en el Albaicín, la Suite Penibética, la Sinfonieta; una ópera de cámara (Marcela) y el poema sinfónico Aristeo.
Pero la composición despierta en ella una nueva pasión: la dirección de orquesta. Siguiendo consejos de Ataúlfo Argenta, se lanza a una aventura única en su género. ¡Hay que imaginarse a una mujer dirigiendo orquestas de sesenta profesores en la España de los años cincuenta! ¿Cómo fue posible?
Así que Elena, con su temperamento y su arte supera todos los obstáculos y dirige, con gran éxito de crítica y de público, numerosas orquestas españolas. Para ello se beneficia de la ayuda inestimable de Agustín, viajante de comercio que no sabe nada de música, pero que animado por su fe en Elena y aprovechando sus viajes le organiza sus conciertos, convirtiéndose así en su entusiástico empresario.
Sin embargo, disfruta de una gran estabilidad económica gracias a Agustín, que no sólo le hace de empresario, sino que, además, le asegura una tranquilidad que le permite dedicarse a su arte. Pero, aparte de las penurias materiales comunes a todos los españoles, no todo es desasosiego y felicidad. En efecto, a finales de los años cuarenta combina sus estudios de composición y de dirección con el cuidado intensivo de su hijo Agustín, nacido en 1944, que padece una grave enfermedad de la que sale probablemente gracias a la presencia constante de su madre a su cabecera. Tampoco ha cejado en su intención de tener una hija: aún recuerdo cómo teniendo yo seis o siete años muere Mari Lourdes apenas nacida. Tardes tristes es el resultado de aquella fatalidad.
Elena despliega, pues, una gran actividad durante aquellos años. Gana el Premio Pedrell con su ballet Títeres, compone muchísimo (véanse, entre otras, las obras ya citadas), es crítica de música en la revista Ritmo y dirige orquestas en toda la geografía española, aparte de sus numerosos conciertos de piano. ¡Y rompe el bloqueo! La BBC le da un premio por sus canciones sudafricanas y se va a Francia y a Alemania, donde graba obras suyas y estudia clavecín con Neumayer.
Bacarisse la escribe desde Paris, aconsejándole que se establezca allí, donde recibirá ayuda. Pero una vez más, como en 1939, una fuerza interior insuperable la retiene en España. Lo que se había revelado como un arriesgado acierto en 1939, aparece veinte años más tarde como una inercia paralizante, como un grave error. Bien es cierto que al principio habría tenido que irse sola, dejando a sus hijos en un internado, y que no quiere separarse de ellos. Flaquea y se queda. En España... Años oscuros Van a seguir otros veinte años de obscuridad y de deriva, en los que apenas compone y en los que sólo da conciertos esporádicos de piano en provincias o en pequeñas aulas como el Ateneo de Madrid o el Círculo Medina, con alguna rara dirección de orquesta, en Barcelona principalmente. Así se ve truncada una gran carrera, por su apego a los suyos y a la tierra española. ¿Acaso no se había enfrentado al riesgo de la prisión y a las represalias al acabar la guerra civil? ¿Por qué no había de enfrentarse tras la muerte de Agustín una vez más a su destino y ser coherente con la citada clarividencia de Chaikovsky?
En 1939 la apuesta le había salido bien y su empuje había vencido a lo que con toda probabilidad le reservaba el futuro adverso, desde todos los puntos de vista. Veinte años después no son los desastres de la guerra ni el hambre, sino simplemente la vida cotidiana gris y monótona, el triunfo de la mediocridad y de las camarillas, su propia condición de mujer -y de mujer viuda más específicamente- lo que triturará sus sueños. Así como Chaikovsky necesitaba a Rusia para su obra, mas la Rusia profunda acabaría con él, así Elena no puede separarse de España, pero agoniza sola en España.
A finales de los años setenta hay una gran ebullición en España. Franco ha muerto. Es la transición hacia la democracia y hay que recuperar el tiempo perdido, poniéndose todo en cuestión con el afán de irrumpir en la modernidad. Elena, que ha sobrevivido esos últimos años dando clases particulares, participa en esa euforia y compone piezas de "vanguardia", como Naturaleza, metafísica y controversia.
La Asociación de Mujeres en la Música, que dirige con entusiasmo María Luisa Ozaita, la contacta y le pide obras, así como su participación en simposios, etc. Con grandes esfuerzos contribuye con sus obras y compone cosas nuevas, sobre todo para clavecín, que María Luisa Ozaita interpretará con gran éxito en una gira europea. Pero ya está mayor para acudir a reuniones. La Asociación ignora que Elena, con una coquetería muy "femenina", se quita de un plumazo veinte años, de manera que ni siquiera sus hijos sabemos su verdadera edad hasta que, poco antes de morir, la confiesa a Agustín en un arranque...
En fin, aparte de su colaboración con la Asociación de Mujeres en la Música, Elena pasa sus últimos años en su casa de la colonia Rosa de Luxemburgo -¡simbólica vindicación de sus ideas!- en San Sebastián de los Reyes, dedicada a sus clases. Hasta el día en que sufre la trombosis que ha de llevarla al hospital se mantiene plenamente activa. Apenas ve, casi no se mueve, vive apaciblemente con su hijo mayor y sus tres perras, pero su vida son sus alumnos. Es gracias a ellos como se mantiene lúcida y activa, a pesar de su edad clandestina. Tiene un especial afecto por Cristina, de gran nobleza de alma y de cuna, a la que enseña desde niña y que, aunque ya casada y viviendo en el sur de España, pasa a visitarla cada vez que se desplaza a Madrid.
Pues así es la vida de Elena. La amistad y la inteligencia prevalecen. Una de sus últimas conversaciones interesantes la tiene con el cura del hospital, gran amante de la música. Naturalmente, hablan de música y para nada de religión; él ha comprendido y respeta. ¡Será que los curas de hoy no son como los de antes! O será quizá también que Elena recordaba a su tío Ángel... Al poco le sobrevienen tres infartos seguidos. La entrega de los médicos de La Paz no puede hacer nada. Su corazón ya no aguanta más.
Sus alumnos están en el entierro, y atisbo más de una lágrima. Porque esas chicas y esos chicos la quieren muchísimo, tal era la relación tan especial que ella tenía con ellos.
Un año más tarde, en el concierto de homenaje que la Asociación organiza en el Museo del Prado, con la participación y la presencia de las mujeres compositoras españolas, allí están también sus alumnos.
Así se cierra su vida, dedicada a la música, sin olvidar las inquietudes de su época, con momentos de gloria, pero siempre contra corriente, en un mundo de grandes ideales pero desmembrado y, luego, hostil y mediocre, hasta las nuevas esperanzas, que llegaron, quizá, demasiado tarde.
Elena ofreció su obra a su pueblo, de cuya savia se inspiró, y quizá su país ignorara su muerte y la españolidad de su música, pero ella le había dado su canto, y su corazón exhausto podía ya descansar en paz.
Enrique Fernández Romero
1 comentario:
Qué bien contada está esta biografía. Enhorabuena. Un cordial saludo.
Hertha Gallego
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